Cuando veo la frustración de mis pacientes cuando les escucho relatar cómo han sido evaluados por el sistema, por sus jefes, por sus compañeros de trabajo, por sus cónyuges y por sus hijos, he ido aprendiendo que los ojos que tenemos a los lados de la nariz son muy similares y comunes a todas las personas, pero lo que he llamado los “ojos del alma”, son muy diferentes para cada uno. Cómo aprecio cada momento, cómo vivo cada instante, cómo siento cada ambiente, es muy diferente para cada cual. Más aun cuando tendemos a interpretar lo que no se ha expuesto claramente. Hemos oído hablar del lenguaje que va más allá de lo verbal, de lo corporal, del lenguaje no hablado; de las miradas, de las intenciones, del “tonito” de voz. Pero, ¿Cómo hacer objetivas esas apreciaciones? ¿Cómo medir esto? Muchas de nuestros roces, peleas y rencores con quienes convivimos, se basan en “a mí me sonó como..” Y lamentablemente se producen resultados impensados para ambas partes cuando no somos claros, transparentes y directos. Peor aun: algunos no son capaces de hablar directamente, así como algunos no permiten a que los otros hablen claro.
Las convivencias están hechas de esos “no sé qué”, de complementos más que de pensar igual, de saber escuchar, más que de dar una buena respuesta, de un abrazo y una sonrisa en silencio, pero sin dedicarse a interpretar, porque alguno me dirá que sabe “mirar bajo el agua”, o “leer entre líneas” pero cuando ambos nos metemos bajo ella, también vamos a ver cosas distintas, y debemos aun considerar que no necesariamente alguna de ellas será más cierta o falsa que la otra.
Tengo muy claro que “lo mejor de mí”, no es lo mejor para otros. De hecho cuando pienso haber dado todas mis capacidades para atender a alguien, puede que para alguien signifique lo peor que le puede haber pasado.
Creo que el “nadie sea sabio en su propia opinión” es reiterativo en la Biblia, porque realmente debemos ponerle mucha atención. Cuando no doy paso a la duda de mis aseveraciones, no tendré una apertura a ajustarme con mi interlocutor. Peor todavía, cuando algunos trastornos emocionales nos hacen percibir las palabras de cariño como una agresión, más difícil es que nos entendamos.
Quizá algunas sugerencias básicas te puedan ayudar a convivir: Escucha: el silencio es sanador muchas veces, porque es acogida (y muchos necios pasan por sabios si se mantienen en silencio) Limpia tu mirada y no dejes lugar tanto a ser interpretado más que ser entendido.
Sé oportunamente trasparente, sin ser grosero.
Abraza, acaricia, y besa con respeto y dando tu mejor sonrisa.
Dr. Jorge Galdames Villagra
Neurólogo Clínico