¿Paso a relatar un episodio muy sabroso de mi vida:
Salí una mañana de sábado, con mi hijo Fernando a hacer algunos trámites en el auto. A él le encanta levantarse temprano conmigo para pasear, o, como es más habitual, de compras, o porque hay que hacer algún arreglo del auto, por ejemplo. Él, feliz. Esa mañana volvimos a la casa, después de entregar una encomienda, y dejamos el auto muy temprano allí. Eso no le gustó mucho, porque, justamente, la motivación fundamental para él es el auto.
- “Pero papá, ¿vamos a ir caminando?
- “Sí, vamos a tomar el Metro. Necesito que me acompañes”
- “Ah; qué lata. Y, ¿tengo que ir contigo?
- “Sí, no voy a ir solo; te necesito”
Llegamos a Estación Central y tomamos el primer Metrotren disponible. Ya para Fernando esto tomaba un atractivo mayor.
Tengo familia en Rancagua, de modo que todavía esperaba la posibilidad de que nos bajáramos allí. La sorpresa fue mayor cuando no hubo bajada en Rancagua, y seguimos hasta San Fernando. Yo tomaba fotos, y veía sus caras de asombro.
Llegamos a la bajada en San Fernando y nos adentramos en la ciudad. Allí se produjo algo muy extraño. No le podía decir hacia dónde ir, porque yo no conocía San Fernando, y por supuesto que él tampoco.
Preguntamos a cada persona que se nos atravesaba, dónde estaba el centro, dónde había una plaza, y ambos debíamos retener, sin equivocarnos, las calles por dónde íbamos, para poder devolvernos.
- “¿Tú conocías acá?”
- “No, porque estuve muy joven acá, de noche, y nos trajo un bus con un grupo a cantar, y no hice ningún recorrido, de modo que, sí, estuve, pero no conocí nada”
- “¿Y dónde vamos a comer?”
- “No sé; me gustaría algo sencillo. Por lo demás, traje la plata muy justa” “¿Qué te gustaría comer?”
- “No sé, pero tengo hambre, así es que, lo que sea”
Entramos a un restaurante, donde comimos, él pollo con papas fritas y yo cazuela. Allí pude conversar con Fernando de igual a igual. He visualizado la imagen que él se ha ido formando de mí, y con ello de su distancia frente a mí. Por fin me atreví a contarle, que yo no solo fui niño y adolescente, sino que también anduve perdido en esta vida. Que debí aprender a duros golpes los valores que la vida tiene. Que me equivoqué muchas veces y que me sigo equivocando. Y que, por lo demás, me he equivocado con él también, y que seguirá sucediendo, “pero sigo siendo tu papá, y te tengo que enseñar a obedecer, y si te disciplino es porque he recorrido esta vida un poco antes que tú, y conozco los efectos de desafiar neciamente las instrucciones paternas; y quiero que te equivoques menos para que sufras menos, porque te amo inmensamente”.
Compramos algo de abrigo, porque hacía más frío que el esperado y volvimos a Santiago, con una sensación de mucha cercanía.
Habíamos recorrido varios kilómetros juntos, y quise no conducir, y más aun, para llegar a algo, para ambos, desconocido; para estar lo más ‘de igual a igual’ posible. Viajé con mi padre un buen trecho de esta línea de vida.
Estuvimos muchas veces de igual a igual. Él ya se bajó del tren, y ahora yo sigo viajando junto a mi hijo. Sólo Dios sabe cuándo me tocará bajarme. Pero espero que mi hijo sepa seguir en este viaje, sabiendo vivir y convivir, y teniendo el hermoso privilegio de enseñar a su hijo cuanto valor de vida supo enseñarme mi querido padre: un gran compañero de viaje. .
Dr. Jorge Galdames Villagra
Neurólogo Clínico