neurologia

A SOLAS CON MI LLANTO

20 jun 2025

¡Cuántas veces me ha sorprendido sin aviso! A la luz del día, cuando converso con mi mejor amigo, o cuando alguien me dijo algo que palmoteó mi alma, trayéndome algún recuerdo antiguo. Al recordar el aroma de las sábanas que cubrían a mi padre y a mi madre en las noches de encuentro para largas conversaciones en su habitación, y también en las noches de espera en sus agónicos días finales.

Este amargo compañero, en ocasiones, me ha apretado fuerte, me ha estremecido. Pero esa noche, sin temor a la oscuridad, ni tampoco a la misma soledad, estreché mis brazos sin medirme con mi llanto. Yo pongo mis brazos por debajo de los suyos, apretando con mi flexión su espalda. Pero él venía más fuerte que yo, y puso sus brazos sobre mí, aplastándome. Las clavículas van apuntando hacia abajo, la cara desfigurada, las lágrimas sobre las mejillas, el sofá, mi ropa, el suelo... Cualquier elemento es útil para el primer esperado consuelo. El inicial momento fue tan fuerte en la garganta, tan áspero, tan difícil de tragar. Pero tampoco puedo tragar el aire. No puedo coordinar el próximo aliento para seguir llorando, porque me ha aplastado. Está dentro de mis rodillas, ya no lo puedo controlar. El aroma a flores, a luces que ya se apagan, un aroma seco que se acerca desde el suelo, con irritación de polvo que me hace sentir humillado, muy humillado, pero aun así lo disfruto (no lo entiendo).

Después de un tiempo que parece interminable que cuando logro tragar mi saliva, como cuando uno ya coordina el vómito, como cuando ya lograste equilibrar la bicicleta, hay holgura, hay libertad. No es como esos calculados momentos en que uso frases elegantes, y de sabia doctrina. Acá no hay sabiduría, ni siquiera parece haber objetivo. Trato de hilar algunas frases para confesarlas a mi Señor, y solo Él sabe de qué quería hablar, porque yo no puedo. No puedo seguir hilando, sonidos, ni frases ni ideas. Todas quedaron aplastadas en el salado sabor de las lágrimas y en la angustia despiadada que nos acompaña a algunos más frecuentemente que para otros. No le temas. Hoy puede ser tu día de encuentro con él. Aguárdalo en cualquier momento. No te hará daño, ni siquiera te quitará la paz. Evitarlo está asociado a la actitud de muchos "super-humanos" que no quieren reconocer enfermedad ni mortalidad. Lo más probable es que te haga más hombre, más mujer, más íntegro(a). Anda, tómate fuerte de él, y saboréalo como un primer trago fuerte. Embriágate de entereza, y ahora levántate, secas tus mejillas y sigue caminando. Esta experiencia está en cualquier esquina, para fortalecerte, muchas veces para sanarte. ¡No te destruirá! Las monumentales lágrimas del Huerto de Getsemaní deben haberle llenado de valentía .

Dr. Jorge Galdames Villagra
Neurólogo Clínico

Nuestro contacto

Dr. Jorge Galdames Villagra, Neurólogo Clínico